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Un día en París...


Barcelona es una de esas ciudades que te enamora de la primera mirada. Puede que esté parcializada, pues amo las ciudades costeras y la costa de Barcelona no defrauda. Luego de varios días en Barcelona nos preguntamos: ¿Qué hacer si tenemos un día libre en Barcelona? Pues nosotros, nos fuimos a París. ¿Por qué no? Ya estamos aquí…


Así fue, compramos los boletos aéreos y a París nos fuimos. El vuelo desde Barcelona hasta París fue bastante corto y económico. Salimos bien temprano en la mañana, para aprovechar el día. Ya a las 9:00 a.m. estábamos en la capital francesa, en una calurosa mañana de julio. El sol ardiente, el aire seco y una lista de lugares a los que visitar de forma relámpago.


Cuando decidimos ir a París hicimos una lista de los lugares que TENÍAMOS que visitar. Otros, por motivos de tiempo, quedaron fuera. Con nuestra lista y mochila en mano, comenzamos la aventura.


Tan pronto llegamos al aeropuerto ubicamos los letreros hacia la estación de tren. Cuando llegamos al área de las máquinas de boletos nos aseguramos de comprar el viaje de ida y vuelta. Eso fue una sugerencia que nos dio un amigo y créanme, con el rush de la tarde, nos ahorró tiempo y nos salvó del estrés. El tren RER B sale de Charles de Gaulle cada 10-20 minutos y tiene una duración de 50 minutos. Cada boleto de adulto cuesta unos 10 euros.



El viaje es rápido y tranquilo. Ves una estampa de París que es muy distinta a la que acostumbramos a ver en las series y películas. La sientes real y al mismo tiempo desconocida. Tan pronto llegamos a la ciudad, salimos de la estación Châtelet-Les Halles y comenzamos el recorrido.


La primera parada fue una boutique a la que queríamos ir. Es imposible pensar en la capital parisina sin tener esta marca en la mente. Al entrar a la tienda nos recibió un ejército de empleados. Todos sonrientes y con la más exquisita amabilidad. Nos llevaron a un pequeño salón y nos ofrecieron café, agua o jugos. Nos trataron como reyes… y nosotros encantados.


Después de las compras obligatorias, caminamos por varios minutos hacia el Museo de Louvre, nuestra primera parada oficial. Recorrimos el jardín, ambientándonos a la temperatura y admirando la arquitectura de los alrededores. Tomando fotos, viendo a la gente pasar. Porque, aunque nuestro tiempo era limitado, la emoción de estar y de ser parte de la ciudad está presente.



Algo importante durante la planificación de estos viajes relámpagos (y de todos, realmente), es que cuando hagas la lista de los lugares a los que deseas ir compres las entradas o boletos de antemano. Esto los hará ahorrar tiempo y dinero. Cuando hicimos la lista de los lugares a los que iríamos, compramos los boletos de entrada. También, muchas veces se ahorran hacer largas filas o perder tiempo.


Recorrimos todo el museo y por supuesto, hicimos la fila para verla. Allí, detrás de un cristal protector, un poco pequeña y a la distancia vimos a la Mona Lisa. El salón del museo estaba repleto de gente. Aún así se podía sentir en el aire cierta magia, un je ne sais quoi que es casi indescriptible.


Continuamos con nuestro recorrido por las calles parisinas, llenas de gente, de turistas y tal vez de soñadores. Caminamos a lo largo del río Sena y almorzamos en un café, con vistas a la Catedral de Notre Dame mientras la vida y el ruido de la ciudad nos absorbía.


Luego del almuerzo, continuamos, con las compras y caminando por las calles. Ver el diario de vivir de las personas que allí viven o trabajan, mezclada con la de nosotros los turistas. entrar a las tiendas pequeñas, que tal vez solo son conocidas por los locales. Entramos a una librería a la que queríamos ir y fue mejor de lo que esperábamos. Una de esas librerías como en las películas. Con cientos de libros en todos lados, un desorden muy ordenado y con bastante estilo. El murmullo de los que leían, la prisa de los que compraban y nosotros, admirando todo.

Después de otro pequeño recorrido por las calles de París, llegamos a la tan esperada Torre Eiffel. Aunque la tarde se tornó un poco nublada, pudimos disfrutar de esta imponente maravilla de la arquitectura. Caminamos alrededor de Champ de Mars admirando de todos los rincones posible de este bello espacio. A esta hora, ya se sentía un poco más el bullicio de la ciudad y los turistas intentando encontrar el ángulo perfecto.

Dentro de la prisa, la emoción o el estrés, siempre es bueno encontrar un momento para detenerse, admirar y apreciar lo que estás viviendo. Ir a París estaba en mi bucket list aunque no era prioridad. Pero una vez estando allí me di cuenta de lo afortunada que era. Así que tomé un minuto y aprecié lo que veía, dónde estaba y lo que sentía. Eso es parte de los viajes que hacemos, conectar con ese nuevo entorno y su historia que de una manera u otra nos va a marcar el resto de nuestras vidas.



Saliendo del ensueño de la Torre, nos movimos muy aprisa y llegamos al Arco del Triunfo. Cuando llegamos nos dio, como decimos en Puerto Rico, una “pavera”. Realmente no podíamos controlar la risa. No sé si es porque estábamos cansados o por lo difícil de poder tomar fotos con decenas de autos pasando al mismo tiempo. Realmente disfrutamos verlos, como se movían en un ritmo muy organizado.

Caminamos por los Champs-Élysées, dando así un último recorrido por la ciudad de la luz. Ciudad que nos recibió una mañana de verano que permanecerá en nuestra memoria y corazones por el resto de nuestra vida.

Ya entrada la tarde, regresamos en tren al aeropuerto y de ahí a Barcelona. Una vez en España, terminamos la noche cenando en una taquería mexicana, con música tropical de fondo y hablando del Caribe. Pero esa historia se las cuento otro día.



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